El reloj del tiempo no para. El reloj de la vida sigue corriendo, con crisis o sin ella. El día a día nos examina y nos da acontecimientos para seguir a prueba. Pese a todo ello, tenemos que sobreponernos ante tanta dificultad e incertidumbre. La gran ventaja es que vivimos en sociedad y no estamos solos.
Imaginaos la siguiente escena: El único superviviente de un naufragio llega a la playa de una isla deshabitada y perdida en el océano. Durante meses, espera como único objetivo, ser rescatado. Cada día, escudriñaba el horizonte suspirando por vislumbrar un barco que pasara por aquel lugar tan apartado de las rutas habituales, pero pasaba el tiempo y parecía que jamás llegaría nadie.
Cansado, finalmente optó por construir una cabaña de madera con la que protegerse de los rigores del invierno y resguardar también sus escasas y modestas pertenencias. Le costó muchas semanas de trabajo agotador. Un día, a media tarde, después de hacer una ronda por la isla en busca de alimentos, encontró a su vuelta la cabaña envuelta en llamas, con el humo ascendiendo hasta el cielo. El rescoldo, que durante tanto tiempo había procurado conservar de modo permanente, había desprendido una chispa y su casa se había incendiado. Lo peor había ocurrido. Lo había perdido todo. Se quedó lleno de tristeza y de rabia. «¡Dios, cómo pudiste hacerme esto a mí!, ¿No era suficiente con lo que tenía?», se lamentó. Agotado se quedó dormido, tendido en la playa. A las pocas horas, le despertó el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Habían venido a rescatarlo. «¿Cómo supieron que estaba aquí?», preguntó el hombre a sus salvadores. «Vimos su señal de humo y acudimos enseguida», contestaron ellos.
A veces, en nuestra vida, hemos puesto mucho empeño en conseguir algunos logros, probablemente bastante modestos si se miran desde la distancia, y un buen día nos encontramos con que los hemos perdido, o los vamos a perder, y nos parece algo realmente duro. Esto es lo que realmente estamos viviendo en mayor o menor grado estos días. Unos sacudidos en sus ahorros, otros en su patrimonio y otros en algo tan importante como es su empleo.
Es muy difícil dar consejos, cuando te encuentras en el lado de los privilegiados. Es prácticamente imposible ponerse en el lugar del otro, cuando tu no eres el «salpicado», pero a todos, absolutamente a todos les digo que nunca gane el desamor. Muchas personas hacen grandes esfuerzos por escalar una montaña, o por ganar una medalla, o por amor a la ciencia, o por vanidad, por orgullo, por dinero, por afición, por pasión. Por amor hay quien lo deja todo para recorrer las calles de Calcuta ayudando a los pobres más miserables. Por amor hay quien abandona su casa confortable en Europa y vive, sin agua y sin luz, en un barracón de un pueblo olvidado del Tercer Mundo. Por ese amor se entregan los años, la salud, el dinero, la juventud, la seguridad del futuro, el trabajo, el descanso, los gustos, todo. Ese amor es más fuerte que los lazos de la sangre, que las raíces de la tierra o que las llamadas del corazón. Ese amor es más fuerte que la vida y que la muerte. Pero todo eso es un camino seguro hacia la felicidad.
Sigue la rueda de la vida; algunas veces a favor o en contra pero seguro que al final todo ha valido la pena y si todo lo acompañas de una sonrisa, pues mucho mejor.
Me encanta el siguiente texto, que , sin duda, lo explica mejor que yo.
Texto del Papa Francisco
«Puedes tener defectos, estar ansioso y vivir irritado algunas veces, pero no te olvides que tu vida es la mayor empresa del mundo.
Sólo tu puedes evitar que ella vaya en decadencia.
Hay muchos que te aprecian, admiran y te quieren.
Me gustaría que recordaras que ser feliz, no es tener un cielo sin tempestades, camino sin accidentes, trabajos sin cansancio, relaciones sin decepciones.
Ser feliz es encontrar fuerza en el perdón, esperanza en las batallas, seguridad en el palco del miedo, amor en los desencuentros.
Ser feliz no es sólo valorizar la sonrisa, sino también reflexionar sobre la tristeza.
No es apenas conmemorar el éxito, sino aprender lecciones en los fracasos.
No es apenas tener alegría con los aplausos, sino tener alegría en el anonimato.
Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida, a pesar de todos los desafíos, incomprensiones, y períodos de crisis.
Ser feliz no es una fatalidad del destino, sino una conquista para quien sabe viajar para adentro de su propio ser.
Ser feliz es dejar de ser víctima de los problemas y volverse actor de la propia historia.
Es atravesar desiertos fuera de si, mas ser capaz de encontrar un oasis en lo recóndito de nuestra alma.
Es agradecer a Dios cada mañana por el milagro de la vida.
Ser feliz es no tener miedo de los propios sentimientos.
Es saber hablar de si mismo.
Es tener coraje para oír un «no».
Es tener seguridad para recibir una crítica, aunque sea injusta.
Es besar a los hijos, mimar a los padres, tener momentos poéticos con los amigos, aunque ellos nos hieran.
Ser feliz es dejar vivir a la criatura libre, alegre y simple, que vive dentro de cada uno de nosotros.
Es tener madurez para decir ‘me equivoqué’.
Es tener la osadía para decir ‘perdóname’.
Es tener sensibilidad para expresar ‘te necesito’.
Es tener capacidad de decir ‘te amo’.
Que tu vida se vuelva un jardín de oportunidades para ser feliz…
Que en tus primaveras seas amante de la alegría.
Que en tus inviernos seas amigo de la sabiduría.
Y que cuando te equivoques en el camino, comiences todo de nuevo.
Pues así serás más apasionado por la vida.
Y descubrirás que ser feliz no es tener una vida perfecta.
Sino usar las lágrimas para regar la tolerancia.
Usar las pérdidas para refinar la paciencia.
Usar las fallas para esculpir la serenidad.
Usar el dolor para lapidar el placer.
Usar los obstáculos para abrir las ventanas de la inteligencia.
Jamás desistas….
Jamás desistas de las personas que amas.
Jamás desistas de ser feliz, ¡pues la vida es un espectáculo imperdible!».