Nos guste o no, vivimos en sociedad. La sociedad en que vivimos nos deja, en muchas ocasiones, perplejos. Comprendemos que ésta nos es necesaria, pero, a veces sentimos su peso excesivo. Sabemos que tiene por fin el bien común, pero nos duele como caldo de cultivo de ciertas injusticias. Nos repelen algunos de sus defectos. Nos entusiasman algunos de sus más elevados valores, pero lamentamos verlos frecuentemente formulados y escasamente cumplidos. Me consta que todo es mucho más complejo de lo que yo digo, y que los más eminentes sociólogos no han llegado aún, y quizás no puedan llegar jamás a ninguna conclusión. Toda esta introducción viene al hilo de que es muy diferente ver los acontecimientos desde el orden personal a incorporarlos en un conjunto. Observarlos desde el análisis del hecho puntual a valorarlo desde una perspectiva histórica. Es cierto que vivimos en un país que no nos gusta desde el punto de vista de las cada vez más acentuadas desigualdades, que estamos perplejos ante tanto choriceo e impunidad, pero ahora más que nunca hace falta tener perspectiva de futuro y unir todas las potencialidades que como pueblo tenemos. Esta es nuestra esperanza. Con esta fe podremos esculpir la montaña de desesperanza y de incredulidad que se nos suscita hoy. Es cierto, es mi primer día de mi nueva vida y me gustaría que como ave fénix renacer de nuevo frente al no yo, el no ser yo mismo y como dijo Rabindranath Tagore (1861–1941), poder gritar:
“ Están rotas mis ataduras, pagadas mis deudas, mis puertas de par en par… ¡Me voy a todas partes! ”