Para aquellos líderes políticos que no creen en el Sistema Español y Valenciano de la I+D+I , y ante la posible pregunta “¿Por qué apostar por ella?”, les contestaría usando el mismo argumento que ofreció en el siglo XIX el científico Michael Faraday a William Gladstone, ministro de Hacienda británico, cuando le interrogó sobre la utilidad de la electricidad: “Sir, estoy seguro de que pronto podrá usted gravarla con impuestos”.

La profunda crisis económica en nuestro país está desorientando las prioridades presupuestarias. La urgencia por contener y reducir el déficit está llevando a que inversiones destinadas a la ciencia, la investigación y la innovación se consideren con un rango de prioridad menos elevado. Sin embargo, existe un amplio consenso entre los economistas sobre la importancia crucial de estas disciplinas para preservar y fortalecer la competitividad de los países y aprovechar las oportunidades derivadas de la globalización.

La crisis económica ha puesto de manifiesto que aquellos países ¬-como Alemania, Suecia, Dinamarca o Finlandia- que vienen apostando claramente por la inversión en I+D+I han logrado un modelo tecnológico y productivo más competitivo y resistente. Mientras España se ha visto afectada por dos recesiones consecutivas, los países mencionados han conseguido mantener tasas de crecimiento y preservar el empleo. Los países de mayor éxito continúan invirtiendo en infraestructuras científicas y centros tecnológicos con una elevada visibilidad, lo que atrae el talento de los jóvenes hacia la investigación, fomentando el desarrollo y la economía. Lo mismo se puede extrapolar a las Comunidades Autónomas que sostienen una correlación entre su inversión en I+D+I y su baja tasa de paro, como es el caso de País Vasco, Navarra o La Rioja.

Un simple vistazo a los números indica que hay razones prácticas y reales por las que sabemos que invertir en ciencia es económicamente rentable. Una política económica basada en la I+D+I, tal y como señala la periodista científica Patricia Fernández de Lis, es como un depósito fijo a largo plazo: lento, discreto, poco dado a retornos espectaculares, pero muy seguro si mantienes una inversión constante durante decenas de años. En España invertimos un 1,3% de nuestra economía en I+D, pero a saltos y según la coyuntura económica. Sin embargo, la media de los países de la OCDE ronda un estable 2,4%.

Si España hubiera invertido anualmente en I+D+I el mismo porcentaje que sus compañeros de organización desde 1970, habría tenido en 2005 un 20% más de renta per cápita, según un informe recientemente publicado del Círculo Cívico de Opinión.

Por lo tanto, el gran problema al que se enfrenta el mantenimiento de las inversiones públicas en I+D+I es el tiempo, porque obtiene retornos a muy largo plazo y las decisiones políticas se toman en el corto.

Es hora de que las administraciones, instituciones y empresas españolas empiecen a tomarse en serio la inversión en I+D+I. En estos momentos en los que estamos redefiniendo la política económica española de las próximas décadas y la valenciana en particular –a través de su Estrategia de Política Industrial (EPI)– invertir en I+D+I es la única garantía de que, cuando llegue la próxima crisis, tengamos mejores armas que el sol, el fútbol y la paella.