En 1995, David Dunning, profesor de psicología social de la Universidad de Cornell, no daba crédito a sus ojos sobre determinados acontecimientos que ocurrían a nivel mundial. Intrigado ante esta muestra de credulidad, incompetencia o ambas, decidió investigar qué había detrás. ¿Sería posible –se preguntó– que mi propia incompetencia, me hiciera inconsciente de esa misma incompetencia?

Para averiguarlo, embarcó a su estudiante Justin Kruger en una investigación, con el fin de hallar una respuesta. Lo que encontraron, les dejó sorprendidos. Se realizaron cuatro estudios distintos, con estudiantes de psicología de Cornell. Específicamente, en las áreas de Humor (“habilidad para reconocer lo que es gracioso”), Gramática y Razonamiento Lógico.

El estudio consistió en lo siguiente: Se le preguntó a cada participante cómo estimaba su competencia en cada uno de los campos, y luego, se le sometió a un test, para poner a prueba su competencia real. Entonces, se compararon los resultados, para ver si había algún tipo de correlación. Y efectivamente, la había. Se dieron cuenta que mientras más incompetente era la persona, menos notaba su incompetencia, y que mientras más competente era, más subvaloraba su competencia.

Dunning y Kruger publicaron en 1999 sus conclusiones básicas, que se resumen que, para cierta habilidad o área de conocimiento, los individuos incompetentes:

  1. Son incapaces de reconocer su propia incompetencia.
  2. Son incapaces de reconocer las genuinas habilidades del resto.
  3. Son incapaces de reconocer hasta qué extremo son incompetentes en el tema.
  4. Si se les entrena para mejorar sus habilidades, pueden reconocer y aceptar su falta de habilidades previa.

Como los investigadores señalan en el estudio, esta percepción se debe a que las habilidades necesarias para hacer algo bien, son justamente las habilidades necesarias para poder evaluar correctamente cómo lo estoy haciendo.

Por ejemplo, si mi ortografía es pésima, el conocimiento necesario para reconocer que mi ortografía es pésima y corregirla es, justamente, saber de ortografía. Sólo me entero de mi incapacidad cuando alguien más me lo hace ver explícitamente, poniendo en evidencia el contraste entre mi escritura y la ortografía correcta. Y aún así, eso no la corregirá automáticamente, sólo me dará conciencia general de que mi conocimiento es insuficiente. Lo mismo en el resto de áreas del conocimiento.

Entonces, ¿Cómo sé si soy incompetente?

En general, comparándose con medidas objetivas de conocimiento (en el caso de la ortografía, son las normas ortográficas directas, no “lo que dicen mis amigos y mi mamá»).
Además, debo poner atención a la forma en que tomo decisiones sobre cierto tema. Si tomo mis decisiones u opiniones basándome en: lógica binaria (las cosas son buenas o malas, sin términos medios), primeras impresiones, ausencia de empatía, sin documentación o sin utilizar modelos rigurosos que fundamenten mis conclusiones, probablemente estoy sobrevalorando mi conocimiento.

También es posible evitar problemas derivados de una posible incompetencia, aplicando la sana autocrítica y fijándose en los errores: si algo sale mal, no necesariamente es culpa del resto, se puede deber a un error en los propios procedimientos o métodos.

Esto también tiene que ver con un sesgo cognitivo muy interesante en las personas que se especializan en una sola área: creen que por manejar bien un aspecto de las cosas, manejan bien todos los aspectos de muchas cosas distintas. Así que ojo, cuando estemos opinando fuera de nuestra área de especialidad, y todo el mundo pareciera estar en nuestra contra, es posible que nos estemos equivocando.

Y en ese sentido, la mejor forma de ahorrarse vergüenzas y prevenir errores que muchas veces salen caros (financiera y humanamente), es ser receptivo ante la crítica y las opiniones de los demás. Por lo tanto, es importante trabajar en equipo y escuchar al otro.
Y naturalmente, este síndrome se puede superar… ¡aprendiendo más del tema! Como dijo Will Durant: “La educación es el progresivo descubrimiento de nuestra propia ignorancia”.

En la medida que aprendemos más de un tema, rápidamente vamos descubriendo un mundo de sutilezas de cosas que aún quedan por saber. Cualquiera que se haya lanzado a una aventura (sea estudiar una carrera, emprender, liderar un equipo o cargo público) sabe perfectamente que «otra cosa es con guitarra».

En primer lugar, lo que podemos aprender de todo esto, es a tomar con pinzas la opinión de alguien que dice ser “bueno” en algo… puede ser malísimo o excelente, pero casi nunca es simplemente “bueno”, debido a este efecto psicológico. Esto es especialmente delicado cuando se trata de contratar a un experto en un área que no dominamos (por ejemplo, un abogado), pues no contamos con las herramientas para evaluar su competencia, por eso es recomendable consultar la opinión de sus colegas y anteriores clientes.

Lo interesante (y quizás algo peligroso), es que además, quienes son incompetentes, “no sólo llegan a conclusiones erróneas y toman decisiones desafortunadas, sino que su incompetencia les impide darse cuenta de ello”, nos indican Dunning y Kruger.

Por lo tanto, y como segundo corolario, muchas veces la culpa de nuestras desgracias no es el resto ni la mala suerte, sino nosotros mismos y nuestras decisiones, y correspondería hacer un sano ejercicio de autoanálisis al momento de fracasar o experimentar dificultades en nuestras actividades o proyectos. Todos tenemos un grado de incompetencia, porque todos somos perfectibles y podemos mejorar siempre. El error consiste en olvidar ese hecho.

Es importante, entonces, cultivar la empatía y trabajar en el propio orgullo, de modo que no nos ciegue a las opiniones de otros, o nos haga reaccionar de manera exaltada o furiosa ante las críticas. También, en línea con eso, resulta importante no asignar a priori segundas intenciones a quienes nos dan su opinión, sino que evaluar lo que nos dicen de la manera más objetiva posible, y ver en sus reales méritos lo que nos están diciendo, dejando a un lado nuestra opinión sobre la persona que lo dice.

Además, es posible ver que quienes son abiertamente incompetentes y dicen ser mucho mejores de lo que son, no lo hacen por completo debido a una suerte de vanidad o egolatría, sino a que también son víctimas de este interesante fenómeno psicológico. Estas personas, muchas veces, permanecen sin evolucionar ni mejorar, pues ya consideran que están bien y que el resto se equivoca. Esto hay que evitarlo, cosa que tampoco nos puede llevar al otro extremo, que sería la falsa modestia. Debemos conocer nuestros méritos, pero observarlos siempre con una mirada crítica, pues todo siempre es perfectible.

En conclusión, lo importante es trabajar sobre nosotros mismos cada día y esforzarnos por aprender más, para ser mejores. Porque al final, no son más exitosos quienes se “duermen en sus laureles”, sino quienes se imponen a su propia desidia y van mejorando cada día.
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Al hablar del impacto de las ideas en un campo sobre las ideas en otro, uno siempre corre el riesgo de hacer el ridículo. En estos días de especialización existen muy pocas personas que tengan una comprensión tan profunda de dos áreas de nuestro conocimiento como para no hacer el ridículo en una u otra.

Richard P. Feynman