Hace tiempo que las empresas observan que sus activos físicos y financieros no tienen la capacidad para generar ventajas competitivas sostenibles ante un entorno que exige una transformación estructural importante: dejar de seguir unas estrategias de “adaptabilidad” ante los cambios y utilizar estrategias de “anticipación” al mismo. De hecho, ya fue profetizado que en el futuro “la economía ya no se regiría bajo parámetros de acumulación de materia, sino más bien, por acumulación de saber” (Marta Burguet Arfelis 2003), reconociendo que el saber está vinculado tanto a lo que denominamos innovación Tecnológica (IT) como a una excelente gestión del Conocimiento (GC).
Desgraciadamente, mientras que en España la participación del sector privado en innovación es del 52,1%, en otros países europeos se observa la importancia que adquiere la I+D para el desarrollo pues en todos los casos -excepto en Italia- se supera el 60%. Esto lo corrobora los datos sobre el esfuerzo en I+D por regiones, con grandes diferencias entre ellas. Por ejemplo, la Comunidad Valenciana está por debajo de la media nacional en el nivel de gasto en I+D en porcentaje a su PIB regional (1,07 frente al 1,33), con un noveno puesto, siendo superada por Aragón (1,15), Cantabria (1,22) e incluso Castilla y León (1,09). Por lo tanto, está situada muy por debajo de las Comunidades que lideran el ranking: Cataluña (1,65), Madrid (2,07), País Vasco (2,03) y Navarra (2,02).
Es lógico que el éxito de una organización se mida en función de los resultados cuantitativos… Ahora bien, existen otras variables –difíciles de cuantificar en una medición de excelencia- como el estilo de dirección, la cultura empresarial, el personal, las competencias, etc. que pueden ser excelentes por sí mismos y no necesariamente desembocar en una satisfactoria cuenta de resultados. La clave está en que todos los elementos están interrelacionados ya que la “empresa excelente” aprovecha todas esas variables, por lo menos, con igual énfasis que las cuantitativas.
Según un informe del Servicio de Estudios del Banco de España sobre los efectos de la integración económica en la especialización y distribución geográfica de la actividad industrial en los países de la U.E, la estructura productiva española tiene una dimensión muy reducida en actividades intensivas en tecnología. Países como Irlanda, Finlandia y Suecia han aumentando su especialización en pymes de alto contenido tecnológico mientras que en España siguen predominando las industrias de tecnología media-baja en sectores ya muy maduros.
Ante este panorama se deben conjugar los recursos públicos, la dotación de oportunidades desde la Administración, la asignación de más recursos privados, la generalización de las TIC’s y una mayor cultura innovadora. En tiempos de bonanza España gestó una serie de agentes dentro de su Sistema Nacional de Innovación para dar soporte a todo el entramado económico. Por eso, resulta chocante que se haya dejado de lado el apoyo público a esta estructura. Sin industria, no hay innovación; y sin innovación, no hay futuro.