Frecuentemente nos descubrimos nosotros mismos, quejándonos de pequeños rechazos, de faltas de consideración o de descuidos por parte de los demás.
Quejarse es la mayor parte de las veces contraproducente. Cuando nos lamentamos de algo, el resultado es con frecuencia justo lo contrario de lo que intentamos conseguir.
¿Cuál es la solución a esto? Quizá lo mejor sea esforzarse en dar cabida a la confianza y a la gratitud. Sabemos que gratitud y resentimiento no pueden coexistir. La gratitud implica una elección constante. Puedo elegir ser agradecido aunque mis emociones y sentimientos primarios estén impregnados de dolor. Es sorprendente la cantidad de veces que podemos optar por la gratitud en vez de por la queja.
Hay un dicho estonio que dice: “Quien no es agradecido en lo poco, tampoco lo será en lo mucho”. Los pequeños actos de gratitud le hacen a uno agradecido. Sobre todo porque, poco a poco, nos hacen ver que si miramos las cosas con perspectiva al final, nos damos cuenta de que todo resulta ser para bien. Es esta época, en la que se ha demostrado que el dinamismo de la economía necesita empresas despiertas y flexibles, el presente es más que nunca de los innovadores que no se dejan llevar por el pesimismo generalizado.
En los últimos años, el mundo empresarial y el entorno económico español han evolucionado de una forma tan rápida y espectacular como no lo había hecho en ninguna época precedente. Debido al entorno tan dinámico y cambiante, todo empresario se ha preguntado alguna vez ¿Qué será de mi empresa de aquí unos años? Uno de los principales factores de éxito y de supervivencia en el mercado, es innovar.
Qué fácil es decirlo y qué difícil es llevarlo a cabo en nuestro entorno, ya que la mayoría de las empresas próximas son pymes y de tradición familiar. La mayoría de las empresas están inmersas en la gestión del “día a día”, y no tienen tiempo de pensar en cómo introducir mejoras en sus productos y procesos para diferenciarse de la competencia. El trabajo diario les es suficiente para sobrevivir, acompañado por las condiciones que presenta el entorno. Pero ¿qué pasará cuando el entorno se estabilice? Aquellas empresas que no se diferencien de las otras, probablemente cierren sus puertas.
La mayor parte de las empresas de éxito tienen muy asumida la innovación como un factor clave de competitividad. De forma creciente los expertos en gestión se encuentran con la posibilidad real que aquello en lo que sus organizaciones son buenas hoy día puede ser su caída mañana.
La única forma de enfrentarse a los nuevos retos de la competencia y el mercado global es mediante la innovación. Ocupar segmentos inexplorados, crear nuevos modelos de negocio o añadir valor a productos y servicios son el resultado de la capacidad de innovación de una empresa. Saber canalizar las quejas y ser capaz de convertirlas en oportunidades es el espíritu de la innovación empresarial.
Como corolario podemos sacar que dando lo mejor de nosotros mismos podemos alcanzar objetivos pese a que la adversidad nos inunde. De una forma más gráfica lo entenderás mejor con esta fábula:
Un día el Rey León reunió a todas las especies que pudo y dijo: “Queridos miembros de la biodiversidad, tenemos que dejar de competir entre nosotros. Ha llegado el momento de crear una gran alianza, el único enemigo real que tenemos son los humanos. ”
Se escucharon todo tipo de sonidos de aprobación, bufidos, rugidos, silbidos, ladridos y demás manifestaciones de júbilo.
Se aprobó por unanimidad el primer acuerdo de cooperación inter-especies. Fue entonces cuando el perro, muy conocedor de los humanos, dijo: “se trata de trabajar en equipo, al menos hablan constantemente de ello”.
“Eso ya lo hacemos nosotros para cazar” dijo el lobo, lo que montó un gran revuelo.
La urraca insistía en que tenían que aprender de los humanos: “Son ellos los que han tenido tanto éxito como especie, será por algo”.
Los simios apoyaron a la urraca y, al estar muy considerados por su capacidad de ver las cosas desde distintas alturas, consiguieron que se acordase el aprender de los humanos como vía para ser capaces de desarrollar la gran alianza y cooperar entre todos.
Establecieron como plan de acción el recabar información relativa al trabajo en equipo, cada uno como pudiese.
Perros, gatos y canarios fueron los que tuvieron más éxito recabando pistas. Como animales domésticos, tenían una posición privilegiada.
Las aves migratorias llevaron la información de un continente a otro, creando con ello la mayor red de información inter-especies de la historia de los seres que sienten.
Aprendieron mucho.
Parecía importante tener un objetivo común, para lo cual tuvieron que ponerse de acuerdo desde posiciones iniciales muy distintas (águilas, delfines y caballos siempre habían tenido perspectivas muy distintas).
Trataron de cuidar la comunicación; empezaron contratando cotorras para la traducción simultanea pero acabaron pensando que igual era más importante escuchar que hablar, así que nombraron responsable a un murciélago conocido por su fino oído.
También se dieron cuenta de que los humanos daban mucha importancia al feedback para superar aquello que hacían mal. Esto les pareció lo más difícil, pero la determinación era tal que se pusieron a ello con ahínco.
El mono, que siempre había sido muy reconocido por su capacidad de subir a los árboles, decidió que lo que hacía mal era volar. Murieron tres en el intento, los demás lo intentaban y se sentían inútiles. De hecho, los pájaros se mofaban y hablaban de ellos a sus espaldas. “Estos monos, ¿cuándo van a aprender a volar?, es tan sencillo”.
Un guepardo decidió dedicarse a la pesca y hubo que hacerle el boca a boca, con los buenos oficios de un hipopótamo. Perdió parte de su mítica auto-confianza y dejó de sentirse reconocido por su velocidad punta, ya solo se hablaba de lo mal que pescaba.
Resultó sorprendente en cuán poco tiempo todo el mundo hablaba de lo mal que hacen los demás las cosas. Y así se fue al carajo la colaboración recién estrenada.
El Rey León reunió el Consejo ínter-especies y todos estuvieron de acuerdo en que este no era el camino, cada cual debía aportar lo que realmente hacía bien.
Las gacelas protestaron, “seguro que cada uno puede aprender algo, por ejemplo, los elefantes podrían dejar de rascarse en los árboles pequeños, los tumban”. Los elefantes accedieron, en el fondo no les costaba tanto.
De esta manera, se llegó al acuerdo de que todo el mundo pondría a disposición de la Comunidad aquello en lo que era realmente bueno pero, al mismo tiempo, cada uno trataría de aprender algo, cambiar algo que fuera viable.
Fue entonces cuando el más anciano y sabio de todos los ñus dijo: “¿cómo voy a cooperar con el león con lo enfadado que estoy con él?, se pasa la vida intentando comerme”. Y a todos les pareció importante comprender cómo se sienten los demás y actuar en consecuencia.
Al entender el rol de cada cual, la hiena se liberó de ser la mala de la película y todos vieron que su labor -limpiar de carroña el campo, siempre ayudadas por los buitres- era muy importante.
El delfín, en su turno de palabra, intentó zanjar la cuestión: “intentar hacer lo que se te da realmente mal debe de ser algo que solo entienden los humanos”.
En poco tiempo volvió el orgullo a cada especie. Y la colaboración funcionó como nunca, cada uno podía contar con la astucia del zorro, la templanza de la tortuga, la velocidad del guepardo o el tesón de las hormigas; todos podían contar con dominar el cielo, el mar y la tierra.
Hoy, mucho tiempo después, los animales siguen intentando entender por qué los humanos no se apoyan en lo mejor de cada uno.
Y cuanto más lo piensan menos lo entienden.