Después de un fin de semana muy vinculado a acontecimientos familiares de índole de la salud en el que he comprendido de nuevo lo importante que es relativizar los problemas en nuestra vidas,  valorar la fuerza que da una familia unida ante los avatares y bendecir el pilar que da la fe para apoyarte en los momentos duros;  hoy he empleado mis dos horas de clase con mis alumnos en hablar sobre la crisis económica actual. He intentado por todos los medios hablar en positivo, en hablar de oportunidades, en hablar sobre futuro. Mi fuente de inspiración han sido mis sobrinos: Maria Aurora, Cristina, Bea , Salva y  S.R. Ellos saben el porqué lo digo, pero, sin duda, su madurez ante la adversidad nos está dando una fuerte lección de vida a los que tenemos la gran suerte de tenerlos a nuestro lado. Sin duda, sus padres han tenido muchísimo que ver en todo esto.
Probablemente una de las cosas que más molesta a la nueva generación sean los tonos apocalípticos que algunos emplean al referirse a los hechos que acontecen, a la sociedad presente y a la juventud de ahora. Como si en los tiempos modernos no hubiera otra cosa que ruina y depravación.

Es evidente que una crisis moral y de valores afecta a nuestro tiempo, pero desde luego no a todos y especialmente no a todos los jóvenes de nuestra sociedad. Pero también las pasadas generaciones pasaron sus crisis ( de valores y económicas). Hay valores que han perdido fuerza y presencia hoy, pero también hay otros que la han ganado. Hemos coincidido todos en clase, que en las crisis hay que actuar, hay que tomar medidas, y afortunadamente los jóvenes de hoy tienen valores y, por supuesto, muchos más de los que aparentemente nosotros ( y especialmente lo que somos padres), vemos en ellos:

  1. una fuerte sensibilidad en favor de la dignidad y los derechos de la persona;
  2. la afirmación de la libertad como cualidad inalienable del hombre y de su actividad;
  3. la estima de las libertades individuales y colectivas;
  4. la aspiración a la paz;
  5. el pluralismo y la tolerancia entendidos como respeto a la diversidad y a las convicciones ajenas;
  6. la repulsa de las desigualdades entre individuos, clases, razas o naciones;
  7. la atención a los derechos y el respeto a su dignidad;
  8. la preocupación por los desequilibrios ecológicos.

Merece la pena saber descubrir esos valores en la nueva generación, y otros muchos más que sin duda hay. Y si no nos gustan mucho, quizá sería oportuno reflexionar, sin demagogias, sobre aquello de que los jóvenes son, en buena medida, el producto de lo que hemos hecho los que ahora somos adultos.

Así que lo mejor es evitar esa cómoda tendencia a denunciar defectos sociales y de estructura: el ambiente, la calle, la droga, las perversiones de la sociedad de hoy…, porque muchas veces el principal problema –hemos de reconocerlo y ver cómo mejorar– está en la propia casa.

Tengamos, por tanto, una actitud positiva y abierta ante las nuevas transformaciones de las estructuras sociales, de las formas de vida y de las formas de pensar. Procuremos transmitir una visión de las cosas que sepa descubrir y alentar lo positivo y, al mismo tiempo, corregir lo negativo, sin olvidar –como decía– echar antes una mirada de sana autocrítica a la propia vida.

Las apariencias, por experiencia, engañan. Ya lo dice la cita bíblica. «No juzguéis y no seréis juzgados, porque con la misma vara que midáis, seréis medidos».

Os pongo un ejemplo con el vídeo que os acompaño: